Añoranza

Hay días en los que la nostalgia me invade; estoy tan tranquila y de repente un nubarrón negro se planta encima de mi cabeza haciendo que lo vea todo un poco más gris que de costumbre.

No es tristeza lo que siento, es más bien añoranza, y lo curioso es que tampoco se qué es lo que echo de menos exactamente; no sé si te echo de menos a ti, si me echo de menos a mi, si echo de menos una vida ya pasada o una realidad que no existe, pero lo cierto es que siento una añoranza que me estruja el pecho y se agarra a mi garganta llenándolo todo de ausencia.

Ya dije una vez que tenía un montón de silencios cargados de cosas que decir, y es que para mí no hay nada más intenso que cuando no encuentras las palabras para decir las cosas, cuando lo que sientes, ya sea positivo o negativo, es tan inmenso que excede el vocabulario y la habilidad para expresarlo. Es entonces, cuando me quedo muda, cuando más siento, cuando más sufro y supongo que cuando más feliz logro ser.

Siento cómo me rodea la ausencia; una ausencia sin nombre y apellidos, sin cara, sin nada en concreto que me una a ella y sin embargo a la que reconozco perfectamente; una ausencia profunda que raspa mi interior y me quiebra un poco más; una ausencia que me hace añorar cosas como una mano en la mía, un «nosotros podemos», «estoy aquí por ti», o «no te preocupes que todo va a salir bien» y es entonces cuando me entran unas ganas locas de recibir un abrazo; un abrazo de esos sinceros y tiernos con el que sientes que todos tus trozos se unen como lo estaban antaño, y que aunque con fisuras puedes sentir sin miedo; un abrazo que te hace sentir un poco menos roto, un poco más como antes de antes, como antes de que todo se viniera abajo y cambiaran las cosas.

¿Qué pasó? ¿Cuándo me rompí en mil pedazos y me llené de aristas? ¿Cuándo me puse tantos muros, barreras y corazas? ¿Cuándo decidí que no merecía la pena intentarlo?

Muros, barreras y corazas.

Caretas que esconden dolor, que le dicen al mundo que tú ni sientes ni padeces, que eres frio como el hielo y no tienes corazón, y es que tú prefieres que la gente piense lo que quiera con tal de que el epicentro de tu alma, ese trocito que todavía sobrevive, se mantenga a salvo…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio