La vida es un tralarí

El tiempo vuela señoras y señores.

Hace nada nos estábamos tomando las uvas y ahora la mayoría de nosotros estamos inmersos en la operación bikini mientras pensamos que el curso escolar está a punto de terminar y en qué vamos a hacer con nuestros hijos durante esos dos meses y pico que están sin clases. De hecho el tiempo vuela tanto que hace nada cumplía veintidós y ahora tengo… todos esos, sí.

La verdad es que da un poco de vértigo pensar que aunque no hay nada más constante que el goteo de un segundero, cada vez tengamos menos tiempo para hacer las cosas, para vivirlas, para luchar por nuestros sueños.

Entiendo que al final todo es perspectiva; cuanto más disfrutamos de las cosas más deprisa parece pasar el tiempo, cuanto más pesada nos parece una tarea ese tiempo que antes corría, parece detenerse y los minutos en vez de sesenta segundos, por lo menos tienen trescientos.

Al margen de lo que acabo de decir es verdad que la vida pasa en un suspiro; si echamos la vista atrás es relativamente sencillo recordar momentos importantes que hayamos vivido, y un poco los puntos álgidos de nuestro crecimiento, pero realmente muchas de esas decenas de años han pasado sin pena ni gloria en nuestro calendario.

Nos pasamos la infancia y la adolescencia queriendo crecer y ser mayores; queriendo aparentar lo que no somos, incapaces de disfrutar la etapa que estamos viviendo; si todo va como debe, convertirse en «mayor» pasará en algún momento determinado de nuestra vida sin que nos hayamos dado cuenta, vamos, de hecho, como suele pasar con casi todos los cambios importantes y no drásticos en nuestra vida, será un descubrimiento casual un día cualquiera que nos paremos a pensar en nosotros, y nos veamos con un trabajo, posiblemente casados y con hijos, y un montón de responsabilidades en la espalda que nos han hecho perder un par de centímetros mínimo de estatura. Ese será el momento en el que seguramente nos demos cuenta de que eso que tanto deseábamos hace años, por fin ha llegado: ya somos mayores.

Es casi irremediable que el día que descubres que «ya eres mayor» evalúes un poco tu vida y te acuerdes de por qué querías crecer tan rápido; bueno, por qué y posiblemente para qué, pues al final todo lo que hacemos en la vida, o al menos la mayoría de nuestros deseos, tiene una finalidad perfectamente establecida. Cuando pensamos en esos para qué ¿Cómo no ver dónde queríamos estar y donde estamos? ¿Cómo no desear en ese momento quizá quitarnos diez o quince años para poder volver a empezar «siendo ya mayores» y hacer aquello que deseábamos?

Lo queramos o no la vida pasa en un suspiro; no podemos retroceder en el tiempo ni cambiar las cosas que han pasado; pero sí podemos entender que precisamente porque no podemos retroceder en el tiempo quizá debamos cambiar nuestra forma de pensar y de actuar.

Yo pienso en mi vida y sé que lo más seguro es que ya haya vivido más de la mitad de lo que vaya a vivir. Yo he sido una persona que ha esperado a que llegara el momento perfecto para hacer según que cosas y doy gracias por haber entendido a tiempo que no existe el momento perfecto para nada, y que lo que puede pasar cuando esperas y esperas ese momento, es que jamás hagas lo que deseas porque al final ya no haya oportunidad de hacer nada más; así es que pienso que da igual la edad que tengamos y el tiempo que nos quede, pienso que es totalmente lícito querer tener una vida mejor y que se pueden hacer pequeños cambios en nuestro día a día que nos permitan tener la satisfacción de haber vivido realmente cada día que queda en nuestro calendario.

¿Qué opináis?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio