Me gusta pensar que la vida está llena de puntos de vista.
Personalmente no creo estar en posesión de la verdad, y no lo creo precisamente por el simple hecho de que esa variedad de puntos de vista hace imposible que ciertas cosas sean rotundas en cuanto a su veracidad; siguiendo con ese argumento apoyo que cada cuál piense lo que le de la gana sobre cualquier tema, porque yo, salvo que finalmente compruebe el error en mi enfoque, seguiré haciendo lo mismo.
Respeto creo que lo llaman.
Sin embargo hay cosas en las que todos debemos estar de acuerdo; verdades tan rotundas que nunca nadie jamás podría echar por tierra aunque quisiera.
No es mi intención ponerme a enumerar todas esas verdades absolutas que existen, pero sí creo que es positivo destacar para mí, la más importante y la que más pasamos por alto: La vida pasa, lo quieras o no, pasa.
Da igual que no quieras.
Da igual que te enfades, que te inventes un conjuro para detener el tiempo, o que te obceques en lo contrario.
La vida pasa.
Da igual que no pienses en ello.
Da igual que te eches mil potingues, cuides tu alimentación, hagas ejercicio, cuides tu salud mental y todo lo que te propongas; eso solo modificará posiblemente cómo estarán tu salud e imagen, pero lo cierto es que a pesar de todo eso la vida pasa.
Y como la vida pasa te pido que no la desperdicies.
No caigas en la desidia; no confíes en la llegada de un tiempo que no sabes si vas a tener, y vive.
Vive sí, vive.
Vive cada instante recordando las palabras de ese gran poema de H. D Thoreau:
«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido«