Decidí saltar y salté.
Creí que era la mejor opción para ese momento de mi vida.
Nada de mirar atrás; nada de arrepentimientos.
Cuando te planteas empezar de cero, o iniciar un nuevo camino, las dudas te asolan: ¿será lo correcto?, ¿seré capaz?, ¿saldrá bien?
Cuando logras dar el primer paso en tu nueva vida te sientes valiente creyendo que has hecho lo más difícil, salir del corsé que te constreñía e iniciar tu nueva aventura en libertad.
Sin embargo, cuando pasan los días te das cuenta de que en realidad aquel primer paso, pese a todo, era lo fácil, y que lo difícil empieza después.
Se supone que debería ser algo «sencillo» ¿no?, un paso sigue a otro no hay más, pero nada es tan fácil como parece a simple vista; antes de iniciar nuestro camino no solemos tener en cuenta qué es lo que pasa realmente después; nos centramos tanto en ese primer paso que pasamos por alto lo que supone realmente hacerlo y sobre todo lo que cambiarán las cosas (posiblemente a peor por un tiempo) hasta que consigas volver a estabilizarlo todo, y el esfuerzo casi sobrehumano, la desesperación y el agotamiento que sentirás queden en el olvido.
La semana pasada empecé a volar sola, y me he pasado los días sintiéndome como una quinceañera enamorada mirando al móvil cada diez minutos y actualizando el correo electrónico esperando recibir algún fruto de aquello que he ido sembrando.
Supongo que lo que nadie te dice es que cuando siembras, el fruto no es inmediato; has de trabajar la paciencia y la tolerancia a la frustración; el otro día hablaba de los porqués ¿lo recordáis?, este es el momento de tenerlos presentes más que nunca.
Sembrar, recordar tus porqués, sembrar, recordar tus porqués, sembrar, recordar tus porqués… ya vendrán los tiempos de recogida.
